ALTEA (Alicante – España)

 

 

 

 

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Publicaciones Literarias

Sólo el lector es el legitimado para convertir en literatura la palabra escrita si ésta le hace abstraerse de su entorno material y conmueve sus sentimientos; y de acontecer, sólo el lector sería el legitimado para convertir en gran obra literaria la palabra escrita si ésta hiciese en él presencia viva al manifestarse, incluso, a través de sus propios sentidos. 

Toaj Tagore Dauchna

___________________

 

 

Que nadie, nunca, relegue la Literatura; que nadie dé nunca por caducas las grandes obras literarias, que nunca se ignoren…,

 

para que no se pierdan NUNCA EN LAS CENIZAS DEL OLVIDO.

 

___________________

 

 

 

Enlace para lectura de fragmentos

 

Portada de la edición (Todos los derechos reservados)

 

SIN EXISTENCIAS EN LIBRERÍAS

 

 

Carlos Ferrer, crítico literario y escritor, dice de esta obra, entre otros comentarios:

 

 "...los autores antologados son escritores comprometidos que, con su prosa, han creado un oasis para alivio del lector..."

 

"...Los autores tienen la virtud de trabajar el párrafo, de pensar antes los silencios que las palabras y sus puntos de vista narrativos poseen un calor interior romántico que baña a la realidad representada en el texto..."

 

"...son nuevos caminos, nuevas vías para encarar los pliegues de la realidad, puesto que conforman un universo verbal que funciona como el ritmo de la lluvia, sincronizado y constante, triste y conmovedor..."

 

Carlos Ferrer Hammerlindl es miembro de la Asociación de Críticos Literarios de la Comunidad Valenciana (C.L.A.V.E.), de la que ha sido nombrado recientemente Delegado para Alicante, crítico en el suplemento literario Arte y Letras del diario Información de Alicante desde 2002, es autor de prosas varias, versos sueltos y diálogos inéditos, que han sido galardonados en diversos certámenes literarios como el Maxi Banegas. Ha participado en congresos sobre teatro y cine actual, celebrado en la Casa de América de Madrid, sobre Juan Gil-Albert en el Aula de Cultura CAM en Alicante y sobre teatro medieval en la Universidad de Alicante. Ha publicado un artículo sobre Alberti en Bulgaria, además de reseñas en el suplemento cultural del diario ABC y en revistas como El Mono Gráfico, Alhucemas, El Salt, Empireuma o el cuaderno de la Muestra de Teatro de Alicante. Es miembro del jurado del premio de poesía de El Castell de Guadalest y del de cuentos Ciudad de Villajoyosa. Es autor del prólogo a la edición de la obra teatral "Instantáneas" de Antonio Cremades, que la Diputación de Alicante tiene en prensa.

 

Contraportada de la edición (Todos los derechos reservados)

 los derechos reservados)

 

 

 

Fragmento del relato 

ÉL, EL ESCRITOR Y ÉL MISMO

 

...................

            El fin de semana ha quedado como los restos de un naufragio varados en la mueca de su faz recién levantada, con el resto de su cuerpo, de una cama donde sólo durmió su parte animal: las vísceras, músculos, huesos, etcétera...que ensaca su piel. Lo humano no halló descanso, se mantuvo a la espera como un gato, manteniendo tibio algo idéntico al amor y la soledad mezclados. Espero que obvie el espejo, ese cabrón es capaz de decirle la verdad. Escuchar su jadeo limpio y distante provoca en mí una rabia de palabras que quisiera ahorrarme en virtud de no escarbarle más la herida, aunque no cabe duda de que a su desamparo vital se suma el veneno de una mujer que sólo es eso, una mujer, un orificio de entrada y salida, un balazo, una muñequita linda sin caricia incapaz de desplegar un sentimiento, un afecto más allá -siempre llegado al mismo punto-  del asco. Puede que fuese posible que llamáramos a eso enfermedad, pero su alevosía la delata.

            Ahora, muy justo aquí, lee lo anterior; palpa cada palabra, cada frase, y estremece su cuerpo como la cuerda de un violín inválido y vetusto. Definitivamente, no quiero ser hombre o, al menos, no quiero ser este hombre. Ser el amanuense me basta para sufrir lo necesario, para salir sangrando por los verbos...Al cabo, se piensa, se medita, se pasea a sí mismo y se marcha, soberbio o valiente, a sus asuntos.

            Su jornada ha sido una mixtura inconsistente de ser y estar, de clases y lavadoras, dejando que el tiempo se acerque como un animal enfermo a la basura. Otro día más amagando la muerte con un remedo exacto de la vida. Una administración pública que no le paga desde hace meses su trabajo, una panda de mediocres electos y una caterva de burócratas mercenariamente desidiosos parapetados tras mostradores y oficinas pringadas de su propia necedad y abulia, salvo para desayunar y algunas urgencias hormonales.

........................

Álvaro Adrián Perdigón Delgado

 

 

Fragmento del relato  

Alas, por fin

....................

—No —mintió—. Las lágrimas no son capaces de trepar, sino a través de una pureza que ya no tengo.

Y se fue. Ángel quedó solo en el cuarto, tal vez pensando que, efectivamente, había llorado cuando promulgó aquella confesión, más llevada de una necesidad antigua que de una pasión. Estaba seguro de no volverla a ver, y este extremo le hizo sentirse seguro, a salvo de la reflexión; sin embargo, no fue así. Volvieron a encontrarse en el vestíbulo del hotel, frente a las vidrieras que daban al jardín, mientras él hacía equilibrios con la silla en dos patas, inmerso en aquellas danzas de los sauces llorones. Entonces ella tomaba asiento a su lado y hacíase partícipe de aquel silencio en el que todo cabía. Les fumaban los cigarrillos, les bebía el licor y les consumía el tiempo los cuerpos, en tanto ellos dejaban allá tendidos sus miembros y se perdían por el infinito pasadizo de los sueños. A la noche, cada día, acudían al cuarto, se tendían desnudos sobre el lecho, enfrentaban sus humanidades con el esplendor vencido de pájaros muertos y el triunfo espléndido de muertos redivivos, y amábanse con furiosa mansedumbre entre aquel aliento que se hacía brisa, aquellas lágrimas que se  hacían océano y aquellas caricias que eran como un incesante batir de alas. Las carnes de cobre y las de mirra formaban entonces una carne única y ambarina, como uno era el aliento y uno el sueño y el regocijo. El cuarto en penumbra mudaba las manchas de los muros, la luna que había sobre la cómoda pintaba espaldas y besos inversos y la lámpara hacía la luz suave e íntima. Fue un verano con instinto de muchas primaveras; un sol de veinte años había calentado el hielo y la ceniza de las venas de Ángel, tornándolo sangre fresca, recordando pensamientos que hubieron de ser palabra un día, derribando con su plenitud los valladares que oprimían sus deseos dormidos bajo las bombillas. Ella..., ¡quién sabe qué pensaba ella! Dejábase querer y quería, haciendo alboroto en el silencio con sus ojos, tumulto en la sangre con su aliento, rebelión en el corazón con aquellas caricias que, como su piel, mucho tenían de limón y de terrorista.

............................

 Ángel Ruiz Cediel

 

Fragmento del relato 

Objetos Perdidos

 

...........La paciencia del funcionario, muy deteriorada por tener que trabajar en pleno agosto en un recinto que parecía hermano de teta de un baño turco —por lo caluroso y lo depauperado, se entiende—, parecía haber tocado fondo. «¡Por supuesto que no es lo mismo!», sentenció a voces, haciendo ostentación de enconado enojo y retándome por el arrojo de mi incultura, al tiempo que evidenciaba su gallarda superioridad ante los escasos oficinistas que casi en exclusiva conformaban la audiencia. «Vayamos por partes», continuó a renglón seguido: «¿Cree usted en Dios, en Marx, en la revolución Nacional-Sindicalista, en la democracia, en la igualdad de derechos de los hombres o en la ecología?» Bueno, mi cara había de ser, por fuerza, todo un epistolario y mis ojos develar la inconsistencia de mis concepciones. Traté de explicar mi doctrina varias veces, echando mis ojos a lo alto o hacia dentro, buscando el meollo de mi credo; pero apenas si fui capaz de pronunciar algunos farragosos e inconsistentes balbuceos que, además, eran tan confusos como caótica mi oratoria. «Entenderá que con una descripción como ésta no podemos hacer milagros», se exculpó de la propensión a ser carne de archivo o papelera que iba tomando mi denuncia. «En fin», continuó, «vayamos a otra cosa: ¿tiene alguna sospecha sobre quién y cuándo se la robaron?» Me encogí de hombros. Definitivamente no estaba preparado para un interrogatorio de ese jaez, y gravité la cabeza sobre el pecho al tiempo que apoyaba mis codos sobre las rodillas,........................

 

Ángel Ruiz Cediel

 

 

Fragmento del relato  

El héroe

 

 

.............elevándole sobre los demás mortales, gracias a una generosidad que a punto estuvo de costarle la vida.

            Un equipo de televisión sobrevolaba la autopista en su helicóptero, como cada día, retransmitiendo para el informativo vespertino el estado del tráfico en las principales arterias de la ciudad, cuando el piloto y el cámara, nunca supieron por qué, casi al unísono repararon en aquel hombre que trataba de aferrar a otro en el borde del paseo que discurría junto al acantilado, impidiendo que cayera sobre los peñascos del fondo en los que con furibunda violencia se batían las olas. Jonás, el cámara, con ese instinto dimanado de una profesión que se ama como a una fe verdadera, sin dudarlo le enfocó, demandando del piloto que le iluminara con el reflector del aparato. Tenía un olfato para la noticia sobradamente acreditado, y sabía dónde hallarla como si ésta produjera cierta vibración en el aire que sólo sus sentidos eran capaces de percibir.

            Les filmó mientras ambos hombres agitaban los brazos con desesperación, tratando de eludir lo que a todas luces era inevitable, durante dos o tres interminables minutos, hasta que un grito desgarrador, que restalló sobre el tumulto del tráfico y se sobrepuso incluso al rotor de la aeronave, casi heló su sangre en las venas, no quedándole aliento sino para exclamar para sí un «¡Oh, no, Dios mío!», que, sin embargo, no le impidió seguir filmando.

              El hombre que aún permanecía .............................

 

Ángel Ruiz Cediel

 

 

 

Fragmento del relato  

Germen de Dios, semilla del diablo

 

...............»No es difícil suponer que, cuando Dios tuvo conocimiento de estos dislates, corrió en ayuda de sus creaturas amadísimas; pero ¿creéis que se dejaron auxiliar? ¡Qué disparate! Tan engalladitos estaban con sus locuras, que al mismo que les creó le acusaron de desvariar.

»No nos dejas vivir nuestra vida, ¡caramba! le riñeron. Es que así no puede ser. ¿Tienes que andar siempre hocicando en todo? ¡Ya está bien! ¡Respétanos y te respetaremos! Ahora, que si nos has creado para manejarnos como a títeres..., pues, ¡hala!, a servirte de entretenimiento.

»Dios, que es bueno, pensó que tal vez había creado seres más inteligentes de lo que se propuso en un principio, y admitió el no interferir nunca más en sus asuntos, a no ser que así lo pidieran expresamente. Llegó a razonar, incluso, que quizá estuviera resultando empalagosa su conducta, y que por esa causa se echaban en los brazos del diablo, pero que en cuantito se dieran unos buenos testarazos, ¡hala!, otra vez al redil, y con una buena lección aprendida. Así, pues, no le pareció mal la idea, y tranquilamente, con infinita paciencia, sentose a esperar que le pidieran ayuda sus queridísimos hijos. Tenía la seguridad, por otra parte, que en los momentos de mayor peligro aquel germen celestial que había en ellos florecería a tiempo, dándoles el valor preciso y la templanza suficiente para salir airosos del paso.

»Bien está les dijo; pero recordad: cuanto es bueno y cuanto no lo es ya está escrito en vosotros, pues resultado sois de mi germen. Así, pues, si dudáis, buscad en vosotros, y si aun buscando no encontráis, llamadme, que Yo os mostraré el camino.

              »El tiempo pasó y pasó, y nadie reclamaba su amparo. ............

 

Ángel Ruiz Cediel

 

 

Fragmento del relato  

Minueto

 

 

.................y seguía empeñado, dale que le pego, en afianzarse a su inútil existencia. ¡En qué mínimo espacio puede caber un hombre tan, pero tan grande! Le miraba y le parecía mentira que aquel cuerpo inerme, que respiraba gracias a la máquina aquélla cuyo pentagrama sólo contenía dos notas monótonas y machaconas, hubiera pertenecido al más hermoso galán, a su galán, un hombre tan vital y dicharacho que apenas si de soslayo cabía su mera sonrisa en el universo.

 

«¡Qué poca cosa que somos, amor!», soliloquiaba quedamente la mujer, derramándose en agruras al contemplarle aprisionado entre todos aquellos mecanismos que mantenían vivo su aliento y rendida su tiesura. «Ayer, el mundo nos concernía por derecho, y hoy..., ya ves en qué hemos venido a dar. Somos nada más que polvo armado con forma humana, que barro y suero aleados para lo baldío, que carne encaramada a un esqueleto y que promesa de fieros gusanos que han de devorar tanta inútil pasión y tanto desvelo. Te veo, amor, pero no te veo; te contemplo, mas sólo tu ajena figura; siento tu calor, y sólo me parece deshabitado hielo usurpado a la muerte que usufructúa una vida aparente de latidos prestados y mecánicos alientos. Éstos, tus labios, no son tus labios, amor, no; no son aquéllos que tempestivos enseñaron a las llamas con fulgurantes versos y ardorosos besos el poder incontestable del fuego. Éstas, tus manos, no son tus manos, amor, no; aquéllas que como nadie conocieron de las caricias las blanduras probables de las sedas y sus secretos, aquéllas que como pájaros dichosos eran capaces de trisar entre los ululatos del planeta, levantando un enamorado festival de enardecidos acordes y de diáfanos minuetos. Éstos, tus ojos, no son ya tus ojos, amor, no; no, no son aquéllos que contuvieron el esplendor estelar de los luceros, la espiritosa rutilancia de tu inocencia de niño viejo en un destello de hombre prendado de la vida..., de mí que estaba yo pensando, de un porvenir que nos ha dejado al pairo en medio del vendaval en este mundo estragado. No, mi amor; tu cuerpo, no es ya tu cuerpo. Nada de ti eres tú, porque te has ausentado de ti, de mí, del amor, dejándonos huérfanos, baldíos, inútiles como guiñoles en el arcón de nuestra quejumbre, sin la sublime voz que nos anime, como a Lázaro, empujándonos a la emoción del día o de la noche, de la risa o del llanto y de la luz y de la sombra..............

 

Ángel Ruiz Cediel

 

 

 

 

Fragmento del artículo de Opinión 

Subastas

 

 

................

A la puerta de los juzgados, en las salas de subasta o al otro lado de las pantallas, las mafias juegan a los dados mientras la funcionarial justicia pasiva mira distraída hacia otro lado: la liturgia del fracaso propicia la tenebrosa misa del dinero. Sentenciados a golpe de martillo (jueces y subasteros firmemente los sujetan) tras el ofertorio engullirán la carne y la sangre del ajusticiado en unas hostias tintas de amargura. Buena leña se recoge del árbol cuando ha caído, y con ella se caldearán las heladas almas del bestiario.

 

Pasear por esos diarios o esas páginas de Internet es un viaje a la catástrofe, una excursión a la tristeza. Son ventanas a la desgracia que impávidamente nos asuela desde la rutina; son paisajes ordinarios de una sociedad construida y cimentada en los haberes. No todos reímos el mismo día ni se nos saltan las lágrimas a la misma hora; nuestra indiferencia de hoy será la apatía que nos cerque mañana, y el mañana es una bestia paciente que siempre alcanza su presa. Hoy estamos a salvo, pero nos ha puesto sitio el lamento, nos rodea la desdicha, nos pretende el infortunio, la calamidad alquiló la casa de al lado. Nadie estará a salvo por siempre, y, entonces, ni los amigos o los parientes soportarán la adversidad a pie firme mucho tiempo. La solidaridad tiene un esqueleto efímero que por breve lapso soporta la catástrofe y una carne evanescente que gasifica la nobleza: «Mala suerte, ánimo», «Lo lamento, chico, hoy no puedo», «No está, ha salido». La amistad y el cariño, hoy, sólo es convergente al éxito o la fortuna. La desgracia tiene vocación eremita, voraz sólo carne adentro. «Vendo niño para lo que quieran», «Alquilo alma en buen estado». Sólo lo que pesa, vale; sólo lo que mide, cuenta; sólo lo que se puede transmutar en dinero, sirve. Así es la sociedad que hemos andamiado: unos venden riquezas de saldo y otros compran ............

 

Ángel Ruiz Cediel

 

 

 

 

 

Fragmento del relato  

La mirada tras los barrotes

.........

Sus pequeños ojos negros, que casi acariciaban los barrotes, parecían tristes; carecían de esa alegría natural de la que había hecho gala durante todas las mañanas anteriores. Desde que nos encontramos por primera vez, una tarde lluviosa de finales de abril, cuatro años antes, jamás había albergado la sensación de que pudiera tener un problema grave; pero, ahora, la posibilidad de que así fuera me preocupaba enormemente.

Desayuné, e hice algo de ejercicio para no perder la rutina. Luego volví a él.

Habían transcurrido dos horas y apenas se había separado de los barrotes, salvo para beber un poco de agua a media mañana. Su actitud me desconcertaba. ¿Condensaría toda su inquietud en la insensata idea de salir de allí? ¿Querría escapar de su mundo? ¿Era eso?... ¿Se sentía atrapado?... ¿Cómo era posible?

...........

Manuel Pérez Recio

 

 

 

Fragmento del relato  

Geometría final

 

..........Finalmente opto por dormitar in situ para no causarle molestias a la auxiliar. La muy zorra ni siquiera me lo agradece.

     Una vez por semana el médico titular se deja caer por aquí con el loable propósito de asegurarse de que todos seguimos respirando, aunque sea dificultosamente, y con la, algo menos loable pero mucho más lucrativa, intención de firmar su hoja de asistencia para evitar malentendidos en la siguiente nómina. Hoy tocaba visitar a los viejos de Frontera del Edén y, desde primera hora de la mañana, nuestro doctor especializado en gerontología revoloteaba por las habitaciones de sus quejumbrosos pacientes, evaluando con solemnidad los cambios acontecidos en el transcurso de los últimos siete días en una célula, un tejido, un organismo, una memoria... Y todo ello para evitar que nos enfrentemos a la soterrada realidad: la vejez no es una fase de la vida sino el último estadio de un ciclo vital normal. Normal entre los humanos, se entiende, ya que en el mundo salvaje la supervivencia de un animal hasta la edad anciana es un suceso tan raro como poco conveniente para el grupo del que forma parte, y tal vez esta inconveniencia sea la causa evolutiva de que la mayoría de los especímenes mueran por accidente o por depredación antes de llegar a la senectud. Sin embargo la labor de don Gerardo (así se llama nuestro geriatra) consiste en minimizar las discapacidades y minusvalías asociadas a la vejez; hablando con propiedad, en evitar, dentro de lo posible, que la palmemos, y si este supuesto no resulta evitable, procurar al menos que palmemos por causas rigurosamente naturales y jamás por una negligencia profesional que en nada beneficiaría su carrera y mucho menos la reputación de la residencia. Cuando llegó mi turno de demostrar lo genuinamente viva que me seguía encontrando una semana más, ...........

 

Ma. Teresa Lezcano

 

 

Fragmento del relato 

Urbe

 

..............Encontró ciervos desvalidos que se jugaban la vida frente a cazadores sin conciencia, y ratas del oportunismo que perfumaban sus alcantarillas con exclusividades parisinas. Encontró princesas de la noche que besaban y fornicaban sin cesar pensando que el príncipe que las despertaría de la pesadilla aparecería alguna noche, que cualquiera de los sapos que babeaban sobre ellas se convertiría en el hombre intuido que arrancaría de sus memorias las noches de sexo amargo y oscuro y las lágrimas con sabor a alientos desconocidos.

     La mayoría de los hombres a los que conoció eran animales de sangre fría que buscaban superficies cálidas para regular su propia temperatura, reptiles en cuyos ventrículos la sangre arterial nunca llegaba a mezclarse con la venosa.

     Mientras la noche urbana pintaba su autorretrato con acuarelas salvajes, las nuevas cariátides sostenían el peso de un armazón herido y el sonido imperturbable de la flora metropolitana atravesaba el quejido vertical de la urbe y lo propagaba hacia las laberínticas arterias de la tierra. 

      Las pupilas de la ciudad vigilaban las noches de hormigón: animales domesticados por el éxtasis urbano, ávidos de sonidos nocturnos porque tenían miedo de sus propios sonidos internos. Cuerpos errantes entre óxidos básicos y óxidos ácidos, cuerpos que llevaban tanto tiempo perdidos, que probablemente nacieron ya perdidos y se buscaban a sí mismos inútilmente, en locales repletos de ausencia y aceras calcinadas de soledad. Cerebros húmedos en los que no prendería ninguna llama y sexos como polvo de aluminio en incendiaria combustión.

    Mientras las torres de los nuevos dioses se colgaban de las nubes a través de sus antenas, rectilíneas como quijotes inmóviles, ..................

 

Ma. Teresa Lezcano

 

 

 

Fragmento del relato  

El despertar de Federico Montiel

 

..............Si en su presencia ocurría algo inhabitual, todas las miradas convergían hacia él, y si estaba ausente no faltaba quien asegurara: “Federico Montiel no debe de andar muy lejos”.     

     Fue un niño y un adolescente solitario. Para rehuir las miradas de burla y las palabras mordaces, se acostumbró a desconfiar de todo y se aficionó a la introspección y a los pasatiempos unilaterales. Encontró en estos y en la meditación un símil de felicidad que hubiese podido durar indefinidamente, de no haber mediado el despertar de sus sentidos, coincidente o quizá acelerado por la llegada a la casa familiar de la prima Olga.

       Olga, que era huérfana de madre y cuyo padre tenía indeterminados negocios en el extranjero, estudiaba en un internado suizo y vino a pasar las vacaciones de verano con su única familia conocida, la de Federico Montiel. Olga tenía dieciséis años, uno más que Federico; era una adolescente cuyo aspecto algún literato demasiado exigente hubiese podido despoetizar fácilmente: sonrosada y algo entrada en carnes sin llegar a la opulencia, con unos ojos gatunos y unos movimientos que despertaban en Federico unas sensaciones desconocidas, como si una raspa de pescado atravesada en la garganta le cortara la respiración.

     Nunca en la casa de Federico Montiel se quebraron tantos vasos y floreros  ni se inutilizaron tantos utensilios como el verano en que Olga instaló sus ojos huérfanos  y su piel frutal en la residencia de los Montiel. Federico se olvidó de los libros, sus amigos más fieles, de los crucigramas y de las películas de Bogart y de Cary Grant, sus favoritas, y se acostumbró a seguir a distancia a aquella prima que parecía ignorar su existencia desde que el hermano de Federico, Santi, que ya tenía veinte años, le anunció a la recién llegada: “a éste, ni caso, el pobre es un gafe sin remedio”.

    Desde ese momento Santi y la prima Olga se convirtieron en inseparables.

 

     Siempre desde una prudente distancia, Federico fue testigo de sus juegos..............  

        

Ma. Teresa Lezcano

 

 

Fragmento del relato  

El calendario

 

..........

Amanecía y ya atravesaba algo de luz la cortina de loneta clara que cubría su ventana. Consideró suficiente la penumbrosa iluminación y se sentó despacio en su sillón giratorio ante su vieja mesa de despacho. El folio seguía allí. Apoyó los pies sobre la base del asiento e inició un metódico vaivén circular fijando su mirada sobre un punto indefinible entre sus ojos y el horizonte que delimitaba la pared de la estrecha estancia. Estaba esperando la llamada de nuevo, ahora estaba dispuesto.

En su mente, donde en aquel momento no había palabras ni sonido alguno, se dibujaba una vorágine de imágenes inconexas salvo por la tiniebla como único elemento común.

 

En la tarde de ciento cuarenta y cinco días atrás tomó un folio y, desde su esquina superior izquierda hacia abajo, escribió 365, 395, y 335, y recuadró con trazo tembloroso las tres cantidades. Al día siguiente cruzó el recuadro con dos diagonales y a la derecha escribió 364, 394 y 334, y también lo recuadró; así, día a día fue dejando sin vigencia el último recuadro y siguiendo la serie dentro de otro nuevo. Siempre que entraba a su estudio veía su folio dominar la mesa, en primer plano frente a su sillón, cuidadosamente sujeto por el más valioso de sus pisapapeles. Ese folio era su calendario especial, el personal, el único que le importaba, quizá lo único que para él tenía ya importancia.

 ...........

Toaj Tagore Dauchna

 

 

Fragmento del relato  

La tumba

 

..........

Ya Prudencio mascaba y tragaba su decepción desde que él mismo, su mujer, y la gente en general toda, dejaron de encontrar en los niños parecidos físicos con todo el mundo emparentado para rebuscar, donde era evidente que no existía, alguno con él. Y por fin, el día en el que el menor cumplía los cinco años, tanto Prudencio como el resto de los adultos que asistían a la fiesta ya no necesitaron hacer más conjeturas sobre esos parecidos, al tiempo que Lupe presentaba, visiblemente azorada, a una pareja que nadie parecía conocer: la formaban su jefe y esposa, que habían acudido de improviso a la celebración.

Hacía años que Prudencio deseaba conocer aquel paradigma de la bondad patronal, pero Lupe siempre lo había evitado de mil sencillas maneras. Al fin pudo saludar al más humanitario de los jefes, al que accedía de buen grado a  todos los permisos que Lupe pedía, al que siempre concedió cuantos aumentos de sueldo ella le solicitó, al que jamás la llamó al orden por sus constantes retrasos, y, por su fisonomía de acusados rasgos, al padre de sus hijos.

 

            Prudencio desde aquel momento, y de súbito, alteró su hábito y comenzó a mascar y a tragarse su orgullo. Se juró no hablar con nadie del caso, ni siquiera una palabra al respecto cruzaría con su mujer; pero también se juró hacer de ella la más torturada de las mujeres hasta acabar dándole la más cruel posible de las muertes. De puertas afuera seguiría manteniendo su fama del hombre pacífico, cerebral y flemático que todos conocían, pero en su casa no sería sino la furia ciega desatada hecha hombre.

 ...........

Toaj Tagore Dauchna

 

Fragmento del relato  

El autor

.............

   

            Inició aquel consabido ritual como un autómata. Cogió de la mesa el encendedor, con la otra mano el paquete de cigarrillos, lo agitó para cerciorarse de que no estaba vacío, sacó uno y se lo llevó a los labios, carraspeó, lo encendió y, mientras aspiraba el humo, guardó cajetilla y encendedor en su pantalón; fue al mueble del salón, abrió el cajón de los trastos inclasificables y cogió la linterna, comenzó a caminar con prisa hacia la salida de la estancia y, antes de salir, se volvió a comprobar si yo le seguía.

            Mi amigo compró este viejo caserón aislado porque, según él, reunía todos los elementos que necesita un escritor para sentirse en un mundo ajeno a la vulgar realidad; pero la profundidad de su sótano fue, en verdad, lo que le atrajo, y le maravilló que su acceso fuese una enorme trampilla disimulada en el suelo de un chiscón construido bajo la escalera que conducía a las habitaciones superiores. Se hizo con la vivienda durante su relación con Ruth.

            Nunca hubo instalación eléctrica en aquel sótano y mi amigo prefirió dejarlo así. A la profundidad se accede por medio de una rampa de cemento cuyos dos o tres primeros metros debe de tener una inclinación de no menos del cincuenta por ciento; en adelante la pendiente se suaviza, se curva ciento ochenta grados, y acaba en el borde de un muro que mi amigo construyó con sus propias manos. Al extremo derecho del muro, una pesada y mugrienta puerta de madera maciza, mal pintada de negro, con dos grandes tiradores oxidados y sin cerradura, invita a no traspasarla; pero yo volví a entrar con mi amigo. Al abrir la puerta uno puede darse de bruces contra otro muro al intentar el segundo paso. Lo construyó para instalar en él una segunda puerta, una blindada impecable con cerradura de quinientas vueltas, que ubicó en el extremo opuesto a la primera entrada, por lo que había de atravesarse el pasillo formado entre ambos muros para franquearla.

            Anticipándose como siempre, el fétido ambiente del interior volvió a golpearme ya desde el angosto corredor, y de nuevo y de inmediato sentí aquella insoportable sensación de ahogo al entrar. El interior es tan amplio como el salón, de hecho comparte las vigas. Puerta, paredes, techos y suelo están acolchados. De tan mullida la base, uno se tambalea al caminar.

.........................

Toaj Tagore Dauchna

 

 

 

Fragmento del relato  

Meramente rojo púrpura

 

...................

 

Pocos días más tarde, como ya anunciaba, su tren partía. Aunque dicen, y podría ser que así fuera, que el ser consciente flota ingrávido, que permanece horas, no se dicen cuántas, tal vez sean días, preso del tiempo aún, y del espacio, contemplando confuso su cuerpo inerte sin noción cierta de lo acontecido. Y de ser, ese flotar se me antojaría al pronto oscilaciones traviesas, giros audaces, frenéticas filigranas por el deleite de tan fantástica aventura, por el disfrute de esas sensaciones tan alucinantes que él ansiaría poder contar para transmitirlas hasta el punto de hacerlas sentir por quien le oyera, tratándose de él; al poco, el vagar de un paseante impaciente de escudriñante mirada posándola fugaz e inquieta allá donde pudiera haber un significado cualquiera, y receloso, y cansado; por último, tambaleantes vaivenes de impotencia, espasmos de dolor, peregrinar de cuerpo en cuerpo queriendo gritar su tragedia porque los suyos lloran o atenazan el llanto, porque sufren, porque es por él por quien lo hacen, y porque él ya no puede consolarles, esta vez ni con verdades ni con engaños, a pesar de ocurrírsele mil ideas, mil explicaciones, mil historias que contarles para aliviarlos.

 

Yo acudí al duelo, por supuesto; eso es algo que hay que hacer porque se siente la necesidad imperiosa de hacerlo. Mi mujer ya estaba allí, partió días atrás, a las pocas horas de recibir la llamada aquélla. Mi hijo se quedó de casero, de "guardés", con nuestros dos perros; así que viajamos sólo mi hija y yo. Aunque hubiera dado igual si no lo hubiésemos hecho. Él estaba muerto ya. No sé en qué fase de las tres de mis ocurrencias pudimos haber llegado; pero también daba igual, porque, ¿qué bien le hicimos a él yendo al velatorio? Ninguno ya. ¿O a su familia? A su familia no le llevamos más que otra palanqueta de abrir recuerdos que entonces, sin importar su signo, derivarían indefectiblemente hacia acrecentarles el sufrimiento; en cuanto a sentirse arropados en el dolor por la pérdida, en nuestro caso no encontrarían compañía ni compartimiento, sino que era el nuestro otro dolor más, puede que distinto, pero voluntariamente solitario, sin duda; al menos por mi caso puedo asegurarlo. No pretendí consolar a nadie, me hubiera sentido ridículo, sabiendo lo inútil de intentarlo; ni procuré de ningún otro, creo que ni siquiera inconscientemente, consuelo para mí ni para nadie.

Allí estaba su mujer, toda vestida de negro, fumando compulsiva, haciendo patética ostentación de entereza, sonriendo, riendo, haciendo los honores de la anfitriona, explicando a todo el mundo una y otra vez y de mil maneras las causas de su actitud, exponiendo esos tan lógicos razonamientos de su propia inspiración en los que se había apoyado para entrar ya, tan de lleno y con tan sereno talante, en la nueva etapa que el destino había abierto ante ella. Su palidez que la desmentía, el temblor de sus manos que la delataba; y la rojez de sus párpados, entre la oscura profundidad de sus cuencas, concitaban todas las miradas, furtivas, fisgonas, a veces descaradas.

Su hija mayor, la que unos pocos días antes me había llamado, deambulaba desconcertada. Quien busca sin saber qué, o quien busca consciente de no encontrar, suele caminar, y se detiene de poco en poco intentando distraerse de su inútil afán; así, ella saludaba aquí y allá, respondía con amabilidad a cualquier cortesía ...; y volvía a su vagar. A veces se hurtaba, a mi vista al menos, y cuando volvía a aparecer lo hacía como encogida y sus ojos asemejaban por su brillo un amasijo de vidrio hecho pedazos.

La menor estaba, según me dijeron, bajo el efecto de sedantes. No lo necesitaba, ni nadie se lo pedía, pero sonreía a veces; y podían no serlo, pero sus rictus, forzando la quebradiza tensión de sus labios cuarteados, me parecían tan amargos, y la hacían tan digna de compasión, que no podía menos que volcar la mía en esos momentos toda hacia ella.

Y su hijo... A su hijo no lo vi, no pude verle. Ni un sólo instante se apartó del cadáver de su padre mientras yo estuve en el duelo. Y ahora estoy seguro de que exageró quien me lo dijo, que no se había movido de su lado en todo el tiempo, pero entonces me pareció admirable aun sin sorprenderme...; aunque también eso daba igual...

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Toaj Tagore Dauchna

 

 

 

Fragmento del relato  

Don Roberto et sa petite Françoise Hardy

 

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Ella se despojó del abrigo junto al mostrador del guardarropa y, como aquel don Roberto estuvo temiendo, sus piernas quedaron desnudas desde la boca de sus botas, en toda su espléndida largura, hasta la linde con su culo seco, si no hasta más arriba, por tratarse éste en ella de un lindero supuesto y sin marcar.

Entraron a la sala. El choque con la tenue iluminación cromada no dejaba ver, pero él sintió que todas las miradas se posaban ávidas sobre el cuerpo de sa petite, en sus piernas sobre todo, y que hasta las mujeres la miraban con deseo. Él se apresuró a refugiarla en el sofá de uno de los rincones más apartados.

-Vamos a bailar-, le pidió ella. Él resopló en sus adentros y se fueron a la pista. Él quedó indeciso y ella se adelantó a abrazarle. El don Roberto de entonces sintió como una descarga de electrones contra su pecho, que al momento se dispersaba, para pasear cada uno, relajado y a sus anchas, de arriba a abajo por todo su cuerpo. Ella pegó su cara a la de él y fue rozándola hasta encontrar acomodo en su hombro. Él recibía en el cuello sus expiraciones cálidas. Se sentía varado, con las manos en vilo por no acertar a posarlas con soltura en su cintura o en su espalda.

Comprobó que no se había equivocado. Mientras giraban, todos los ojos, todos allá adonde mirara, estaban clavados en ella.

-Vamos a sentarnos, anda, que estás violento.

Y el don Roberto de entonces resopló de nuevo, de alivio, y esta vez con su cuerpo.

Sentados de la manera que él dispuso para hurtarla a los mirones, sa petite le tomó con suavidad una mano y la arrebujó entre las suyas, le miró muy de cerca y, tras esperar en vano, le pidió de una vez que la besara.

Esta vez el don Roberto aquél reaccionó en el acto, y digo bien que reaccionó y que se defendió como una fiera acosada, permaneciendo impasible, no haciendo nada. Eso sí, le habló con amargura de lo que sentía por ella, que si es que era amor, no era de ese amor de entre mortales, no de carne y hueso ni de químicas del cerebro. Se había convertido en un fanático devoto de una religión cruel y tiranizante de la que ella era la divinidad, una diosa cínica, fría, distante, socarrona y caprichosa, pero era su diosa, surgida de la nada sólo para que él la adorara, y él debió de nacer sólo para adorarla, sufriéndola por desearla en silencio y saber que no podría lograr jamás tomarla. Besarla sería tanto como hacer apostasía, cometer contra ella un sacrilegio, profanarla. Ella, su propia diosa le incitaba a destruirla; porque, del beso, ¿después qué vendría? Vendría la destrucción suprema, ni una sola piedra sobre piedra del templo de sus ansias, de sus miedos, de sus dudas, de sus celos ... ¿Acaso le preguntó su nombre alguna vez más que el primer día? Y el don Roberto aquél le habló más de su mujer, de que a su mujer la quería tanto, que si ella, su diosa, sa petite Françoise Hardy bajara a la tierra y se hiciera carne, él no dudaría en elegir a su mujer frente a ella, y esa verdad, si se hiciera real, acabaría con él sin duda, le mataría, porque no tendría fuerzas para soportarla.

Sa petite no comprendía del todo cuanto le decía aquel don Roberto al oído con voz profunda y baja y, creyendo que la reprochaba, se dispuso a hablarle de ella, de su vida, y a darle su nombre antes que nada.

-No, ma petite, no. Dime sólo por qué hoy estás tan triste.

 

Y ella le explicó, .......

Toaj Tagore Dauchna,18-11-2007

 

Fragmento del relato

VINIERON UNA TARDE

 

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¿Qué queréis de mí?-les pregunto en todos mis despertares.¿Ya tenéis lo que queríais?-les pregunto siempre en ese impreciso instante anterior al sueño. Pero jamás obtuve respuesta de ellos; aunque pronto conoceré las razones de su presencia, lo sé, e intuyo que a partir de ese momento me dejarán.

Creo que a pesar de su presencia permanente hago una vida de apariencia normal. Nadie sabe que están conmigo, ni siquiera tú, que me lees, porque no sabes quien soy.

Ellos no son demasiado molestos en realidad, aunque a mí me estorben por razones, entre otras, de intimidad. No son ruidosos, hablan entre ellos pero en un tono rayano el silencio; y nunca discuten. Sé que hablan de mí, porque me miran, y con descaro, mientras farfullan. Y son torvas sus miradas; me sobrecogían al principio, pero al poco me acostumbré a ellas.

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Toaj Tagore Dauchna

 

Fragmento de

UTOPÍA DE UN IDIOMA COMÚN

(LEMA)

 

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Utopía la de la unión de los pueblos por la vía de la paz o de la violencia, utopía.

La cultura que se hace arte se hace sentir por la vía de los sentidos primero. Une el arte. La visión de una pintura, de formas extraídas de cualquier materia compacta, de imágenes de realidades cualesquiera atrapadas sobre cartoncillos pulidos, … La emoción del sonido armónico arrancado con maestría de artilugios con formas caprichosas…. La belleza de imágenes proyectadas por humildes lámparas traspasando delgadas láminas engendradas por fríos procesos de industrias sin alma…. Une el arte cuando es universal y no lo condicionan las costumbres, la historia, el idioma,…

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Toaj Tagore Dauchna

 

raportada de la edición (Todos

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